DE UN PLUMAZO Nada se escapa al pincel de Antonio Fernández. El más pequeño detalle de cada objeto, de cada paisaje, aparece reflejado en su obra con una naturalidad brillante, como si de una fotografía se tratase. Este observador no es rebuscado y plasma en su lienzo motivos reconocibles en los que pocas veces nos detenemos a mirar. Una esquina, una ventana, Fernández nos enseña a admirar nuestro propio universo cotidiano. Ama también el campo, las casas rústicas y antíguas, la naturaleza, encontrando en Ferrolterra la fuente de inspiración de sus numerosas vistas. En cada rincón que se presta, Antonio pinta una flor dejando en cada trazo su poso de optimismo, y de nostalgia también. "Pinto la vida, y pintar es mi vida", afirma este aventajado alumno de Segura Torrella. Entre sus clases -de las que ya han salido más de un artista- y su dedicación personal, los días de Fernández se pasan mirando un lienzo, pero siempre intentando estar al aire libre, buscando su modelo al natural. Una luz omnipresente y clarificadora modifica los colores de cada cuadro a su antojo e hilvana las diferentes etapas por las que ha pasado Antonio Fernández. Impresionismo y expresionismo los primeros años, y una clara tendencia al realismo en los últimos tiempos, estilo en el que admite sentirse más cómodo. Le gusta también jugar con las composiciones, sus bodegones esconden siempre una estudiada figura, guiño a sus cómplices observaciones. Bromista silencioso, trabajador controlado. En su mundo de paradojas, Antonio Fernández escoge la tranquilidad de Pedroso y Narahio para plasmar la inquietud otoñal, su próxima serie de lienzos en los que ya está trabajando. A partir del 15 de diciembre podremos ver la vida a través del objetivo de Fernández en una exposicion que se mostrará en el Centro Cultural Carbalho Calero. Laura Feal
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