Miguel Ángel Macía, logra catalizar a través de sus obras unas fórmulas estéticas en las que las estructuras, si bien no modifican los contenidos, sí son traidas al espacio pictórico bajo el interés de un modelado donde las formas se conjugan a modo de volúmenes en cuyo significado queda la estela de la propia realidad para pasar a ser un elemento de ordenación plástica. Pero no podemos dejar en suspenso el argumento que anima toda la muestra; y eso no es otra cosa que su propia tierra gallega. Una tierra que mantiene como eje y estímulo de una pintura que, desde el natural, ofrece la posibilidad de dejarse atrapar por los recursos que articula sin reparar en sus matices, tan solo como cimiento en el que se reconocen reforzando su presencia. Y es que Miguel A. Macía no es autor que busque en el hecho representativo su ideario.
Por el contrario, esa paleta expresiva, que insinúa más que dice, que revela más que esconde agitada de forma concisa donde los cortes marcando el modelado de las formas, nos llevan a reconocer en sus obras el espíritu de todo cuanto quiere significar. Esa Galicia húmeda, de niebla en la distancia, de gente caminando al son de unos pinceles que no fuerza en definir, sino en ser aliento de gesto y perfíl adivinandose entre colores imposibles.
Definitivamente, Galicia es unsa presencia de enorme peso en sus obras, en el esbozo pictórico de sus arquitecturas y los reflejos a golpe de ancha materia fijándose con prioridad pictórica sobre el lienzo que aguanta rotundo la sutíl vehemencia de todos los lugares evocados en mil contrastes de luz y cromatismos de personal concepción.
Juan Antonio Tinte, publicado en “Punto de las Artes”, 2007.