Pedro Bueno Salto, pintor


Pedro Bueno: textos críticos

Atmosferas Pictóricas
Siempre me pareció la empresa más compleja a la hora de lograr que un cuadro sea interesante, y esa empresa no es otra que el que su autor sea capaz de conseguir dotar a su obra de una atmósfera determinada, es decir, lograr esa patina de realidad que la visión de nuestro entorno puede concedernos a través de una representación artística.
Recorrer la exposición de Pedro Bueno en el palacete de Las Mendoza supone encontrarse con varios de estos ejemplos en los que se consigue transmitir al espectador esa magia  que solo la pintura, la pintura bien hecha, es capaz de armar. Sucede esto en varias de sus pinturas, una serie de cuadros que obligan a ralentizar el paseo entre las paredes de la exposición, a detenerse ante ellos hundiéndonos en sus pretensiones representativas y en la consecución atmosférica. Esos tejados, ese apeadero de Baños de Molgas, o un conjunto de paisajes urbanos y rurales, junto con un encuadre de su taller se impone sobre el resto de la muestra, latiendo en ellos de manera agitada ese misterio de la pintura.
Su particular tratamiento de las pinceladas, indefinidas unas, concretas otras, alargadas y sin fin las más, así como la forma de rematar cada una de las obras, dotan de esa singularidad a su trabajo. "Da figura a paisaxe", como se titula la muestra, es un recorrido por los géneros de la pintura, la sublimación de una historia configurada en piezas que hacen de la figura y el paisaje las balizas que definen la trayectoria de Pedro Bueno. Como buen pintor sabe que la jerarquía de los géneros, de la importancia de una y otra vez hacer de cuerpo y naturaleza objeto de estudio, de repetición para, conseguir  esa captación que da sentido no solo a un cuadro, sino a toda una trayectoria. Piezas en color que se alternan con otras en blanco y negro, rápidas impresiones de una realidad que con el tiempo podrán convertirse en esas otras obras más rematadas y menos presurosas. Estas están dotadas de la frescura de la agilidad, de la rapidez de la mirada que de manera fugaz se vuelve hacia nosotros. Pero nosotros lo que
queremos es recorrer con la mirada esos magníficos tejados, intuir el quehacer de Pedro Bueno en esa doble mirada a su estudio o saber cuando el paso de un tren romperá el silencio y la soledad que se palpa en ese apeadero que nos recibe al entrar en la sala y en el que las historias suben y bajan, entran y sale de un tren que quizás en pocos segundos trastoque por completo la imagen que fue la que intereso al creador. La de ese espacio congelado por el tiempo imantado por un silencio que llega hasta nosotros para atraparnos  hasta el punto de que busquemos con la mirada el final de esas vías intentando vislumbrar algo. Una presencia ausente en un cuadro inabarcable.
Estamos por lo tanto, ante una exposición que nos permite reconciliarnos con la pintura a través de un creador que la honra, alguien que sabe entender sus posibilidades. no hay más que ver como esas copas de los árboles que tienen a su izquierda se empiezan a fundir con unos cielos brumosos. Eso es la pintura, la fascinante capacidad par incrustar la realidad en un cuadro. En una pintura.
Ramón Rozas. Licenciado en Historia del Arte