En la pintura de Pedro Castro, (Ferrol 1948) gravita la omnipresencia de un sugerente cosmos articulado mediante la conjunción de un repertorio de representaciones que proceden del imaginario medieval europeo, así como de símbolos e iconos que hunden su origen en la noche de los tiempos. Tradición e innovación conviven de una manera muy fluída y original, y en síntesis con un interés en testimoniar las profundas esencias de la historia de Galicia. Por ello, es difícil encontrar palabras para definir una producción pictórica tan atipica, que se sale tanto de lo habitual. Imposible de adscribir a la realidad, a la abstracción o al surrealismo e imposible de adscribir igualmente al clasicismo o la modernidad...
Gran estudioso de la historia, el artista construye sus escenas imposibles en imaginarios espacios.Y emparentando con el mundo de la ilustración, busca la expresividad de las lineas de definición y de los contornos marcados. De una forma mágica, en sus lienzos habita la estética del maestro Mateo, los códices miniados, el mundo de los timpanos medievales, los libros de horas, bestarios o los símbolos xacobeos... que conviven con soles, astros y espirales. Una realidad geométrica muy segmentada en desiguales planos oblicuos sin solución de continuidad que potenciados por contrastados colores subrayan unas composiciones tremendamente personales.
Y la paradoja es que pese a la disposición aleatoria de sus elementos, nunca caen en el caos, sino que llegan a la mirada espectador de una forma perfectamente y natural, como si siempre hubieran estado ahí.
Existe en estas obras una reivindicación del oficio del artesano con un personal homenaje al los amanuenses y copistas medievales, de ahí su supuesto ingenuismo -plenamente buscado. Este ingenuismo acentuado por el uso de acrílicos, confiere a las obras un caracter extraordinariamente decorativo de gran efectividad.
Paralelamente a estas composiciones, Pedro Castro cultiva series de plumillas de elegancia exquisita que exhiben su gran destreza como dibujante. Correctísimas en la forma, perfecto dominio de los volúmenes, proporciones y perspectiva, pero también demuestra un gran manejo del color.Porque aún trabajando en gamas casi monocromas, se recrea sutilmente en los matices de los negros y grises, exhibiendo su saber hacer y su calidad de oficio.
La temática de las plumillas está enraizada en el primitivismo del románico que tanto reivindicaron como identidad gallega el Rexurdimento y Os Novos, pero tambien se recrea en parajes o edifcios simbólicos de otras épocas, sin olvidar las esencias protonistóricas de Galicia, deidades celtas y petroglifos megaliticos... por lo que añade a ciertas obras un componente mistérico e iniciatico de gran atractivo.
Lo curioso es que por una ilógica razón las plumillas, pese a ser formalmente a opuestas a la producción antes comentada, ser tan académicas e intemporales frente a la modernidad de las primeras, ser tan perfeccionistas frente a la esquematización, carentes de color frente a la vistosa policromía, tan sobrias de composición frente a la variopinta segmentación geométrica, se tornan al espectador tan reconocibles y tan de autor como sus vistosas composiciones medievales.
Paradójico pero cierto, se perciben como obras de la misma mano, porque pese a sus diferencias ambas traslucen una personalidad pictorica única, impregnada de lirismo y de un romanticismo impregnado de la intangibilidad del paso del tiempo .Porque Pedro Castro consigue lo que muchos artistas tardan años en encontrar:. Un estilo en el que ha encontrado su espacio personal.
Su obra consigue, tanto desde la vía lúdica como por la vía más lírica, trascender la realidad y sumergirse en el mágico mundo del pasado, siendo su personal tributo a la historia y arte de Galicia que esperemos le asegure un sitio innegable en el panorama artístico gallego.
María Fidalgo Casares. Doctora en Historia del Arte