El valor de la publicidad y el arte
“La publicidad es la mayor forma de arte del Siglo XX”, decía el filósofo Marshall Mc Luhan para explicar que se podían vender malos productos con una buena promoción. Y al contrario: buenos productos que por deficiente promoción se quedaban en las estanterías. Incluso en el mundo del arte. Y ejemplos hay muchos. José Manuel Cajaraville, allá por los años 80 cuando uno empezaba en esta bendita profesión, me hablaba maravillas de un pintor excepcional de nombre Carlos Bóveda que había emigrado desde nuestra comarca del Sar-Ulla a Argentina. Y siempre me lo comparaba con Laxeiro. Era tanto el énfasis que ponía el bueno de José Manuel que me entró la curiosidad pese a que entre mis escasas virtudes no aparece la de apreciar el arte. Pero insistió en que teníamos que vernos. Conocí a Carlos un día en el Restaurante El Estanco de Santiago de Compostela, pulpo, ribeiro y paella de por medio, y allí me di cuenta de que estaba ante un gran artista y un pésimo relaciones públicas.
Carlos Bóveda era un tipo entrañable que hablaba con pasión de lo que hacía, de su pintura, de sus cuadros y también de su familia. Pero nada más. Ni se vendía ni permitía que nadie lo vendiera (promocionalmente hablando, se entiende). Yo era un joven periodista y quedé tan deslumbrado como sorprendido. Deslumbrado por la fuerza de su pintura, por el sosiego de sus palabras, por el amor que sentía hacia todo lo que hacia y sorprendido, muy sorprendido, de que Carlos Bóveda no sonará más allá de ambientes muy reducidos en un mundo cultural que empezaba a despuntar.
Apenas había referencias a aquel pedazo de artista que seguía pintando Galicia desde el corazón de Argentina, pese al tiempo transcurrido y los avatares de la dura vida del emigrante. Quizás esa fuera la razón que le impulsaba a permanecer en un segundo plano, en el extremo de la fotografía". como pidiendo perdón por ser tan buen pintor y mejor persona. A aquella comida le siguieron otros encuentros donde fui descubriendo mejor su forma de pensar, una foto-fija anclada en los recuerdos de su juventud entre Padrón y Pontecesures, y una capacidad increíble para trasladar a un papel, al lienzo, a lo que fuera... su pintura. Que era parte directa de su vida.
Y de sorpresa en sorpresa, me quedé también muy sorprendido de que el pintor Carlos Bóveda no ocupara el puesto de honor que, en aquellos momentos, era propiedad de Laxeiro. Tenía razón José Manuel. Supongo que será un sacrilegio decirlo (y que alguno me tachará de loco) pero... Laxeiro sabía venderse (y su entorno sabía venderlo) mientras que Carlos Bóveda lo Único que sabía hacer bien era pintar. 24 años de ausencia, como aquella exposición, dieron para mucho. Máxime en una época en la que Galicia despertaba de su longa noite de pedra.
Allí nos olvidamos todos un poco de algunos, posiblemente de los mejores, deslumbrados por los oropeles de aquello que Marshall Mc Luhan definió como la mayor forma de arte del siglo XX. Incluso los que nos dedicamos al oficio de informar y formar opinión dejamos de lado a Carlos Bóveda. El hombre que no supo (o no quiso) promocionarse. Por que él lo único que hacía bien era pintar.
José Antonio Pérez Docampo
Subdirector de “E| Correo Gallego”