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Carmen Touza, comentarios a su obra

Comentarios en inglés
Neoexpresionismo Lírico
-I-
Rostros indeterminados, figuras meramente esbozadas, objetos comunes en visiones sinópticas, ambientes inundados de carmínes, bermellones, negros, violáceos. Más que formas, siluetas. Lo concreto se haceinadmisible; se adelgaza y diluye, en transparencias de verdes frescos, como húmedos, junto a amarillos que semejan reflejos de un sol imaginable. Geometría de esferas, cilindros, conos, siluetadas en trazo firme y contrastado.
Carmen Touza es la pasión refrenada. La pincelada enérgica, casi agresiva, si, más reflexionada. Porque en esta pintura nada se improvisa. Muy al contrario, todo está meditado, ensayado mentalmente, imaginado en su resultado final, antes de alcanzarlo, en ejecución, eso sí, rápida, decidida. Como se comporta el acróbata, que en la pirueta de riesgo, a cuerpo limpio, esconde tantas y tantas horas de gimnasia y entrenamiento.
Se llega así a un expresionismo innovador, que tiene sus raíces en las escuelas germanas de anteguerras, pero que también participa de esa evasividad francesa lirizante que llega hasta Vuillard y sobre todo al inefable Matisse, tan poco y tanto, verdadero creador de mundos
-II-
Carmen Touza ha exhibido su pintura por Galicia, por España, por el mundo adelante, en Italia, Portugal, Alemania, Austria, Estados Unidos. Y en menos de una década ha prestigiado su firma en país como el nuestro, pródigo en pintoras, alguna emparentable con su estética, como la reciente desaparecida María Victoria de la Fuente.
Es vital, expansiva; precisa en el juicio, por momentos soñadora. Se ensimisma escuchando a un interlocutor cuyo discurso le interesa. Sabe muy bien lo que hace y, más aún, lo que le falta por hacer. Tiene una paleta caliente, una mirada radiante y un espíritu como orquestal, de manera que su pintura la dota de algo sinfónico, mozartiano, con un grafismo cromático que va del trazo preciso a la mancha espontánea, directa. Son los colores, al fundirse sobre el soporte, los que dicen el tono final. Y así logra esas texturas como el desgaire que tienen, al contemplarlas, algo así como el inefable tacto del terciopelo, grato y preocupante a un tiempo, suponiendo que el ojo pudiera comportarse como la mano que acaricia lo que le atrae.
-III-
No busca el primor. Es más, íntimamente lo rechaza, porque estamos ante una pintora lejos por completo de la tópica y por fortuna olvidada pintura femenina. Barroquizada cuando lo desea, más ante sus bodegones, los cultivadores tradicionales del género, desde Arellano a los flamencos del XVII, se sentirían inquietos y hasta puede que horrorizados. Y es que, lejos de todo preciosismo, desdibujando sencillamente porque dibuja y puede permitirse esa libertad, alcanza resultados de vitalidad exultante, atractiva, sin necesidad de untuosidades ni recreaciones inútiles.
Para Carmen Touza, un desnudo es poco más que una silueta, y lo que le interesa es el clima logrado desde esa síntesis deliberada, casi monocromática y muy expresiva. Lo que no le impide llegar a un grato intimismo en el que se insinua, si no es que está por completo presente, una ternura intimista, como ingenua, en la línea que dio personalidad a María Antonia Dans, por un nombre sólo circunstancialmente comparable con nuestra artista.
-IV-
Repasando su obra, apenas topamos con un tema exterior, de aire libre. Y es que sus raíces impresionistas, por completo superadas, le llevan a saber que la pintura no es lo que se pinta, sino cómo se pinta. Y que la obligación que el artista tiene de abstraer la realidad, de reinventarla, se alcanza acaso mejor partiendo de interiores imaginarios, en los que la figura humana, en ella siempre femenina, se ve rodeada de flores, objetos y cachivaches mil para contrastes tonales sorprendentes, que acaso arranquen de maestros que vio y bullen en su subconsciente, sin que quiera ni pueda precisarlos. Y aquí cabría la cita de una nómina casi amplia, que llegaría a catalanes como Rogent o gallegos como Barreiro, y más aún a Botello, el discípulo indirecto de Gaughin, del que Carmen Touza no ha podido ver casi ninguna pintura.
La perspectiva tradicional desaparece en esta pintura. Más que distancias imaginarias, para disimular la tercera dimensión en sólo dos, hay términos, aunque todos se verticalicen, abigarrándose deliberadamente, para que el cuadro hable; grite, mejor, en su exultancia cromática. Y lo dice, además, en formatos poco frecuentes, grandes y casi enormes entre los usuales hoy, porque es pintura que necesita respirar, expandirse, gozar de su propia, perdurable frescura, y hacérsela gozar al espectador.
Si el artista puede y debe responder a su tiempo, la pintura de Carmen Touza, sin necesidad de vanguardias impactantes y al fin, efímeras, responde a la mejor tradición y es absolutamente presente; de hoy, de mañana, y con un toque justo de ayer histórico.
Francisco Pablos De la Real Academia de Bellas Artes

Tal vez lo que mejor define a Carmen Touza es su capacidad para vivir la pintura como una experiencia de búsqueda y conocimiento, pero también su voluntad de transmitirla viva y desnuda, recordándonos una y otra vez que su pintura es pura intensidad, puro gozo del alma y de la vista, puro júbilo, pura irradiación, emoción y vibración.
Un flotar en la luz que irradian sus azules osus malvas profundos, sus platas o sus negros sacramentales, que también son acción y respiración, vacio y plenitud, música y silencio, pregunta y respuesta.
Un modelo a escala de la totalidad del universo donde todo es complementario, el blanco y el negro como el sol y la luna como el principio activo y el principio pasivo, en un espacio que invita a meditar y a respirar.
George E. Welwarth NEW YORK University ex-teacher
(Del libro "100 Contemporary International Artists")