Exposición en el Club Financiero de Vigo, del 7 de noviembre al 3 de diciembre de 2005
Observando la realidad recreada, amorosamente, puede hallarse en lo más común y cotidiano algo atractivo y hasta entonces ignorado, el aparente secreto que se nos da como premio a esa constancia. Y llevar al lienzo esas impresiones, esa especie de hiperrealismo, es lo que hace Ricardo Ferreiro, prestigioso restaurador profesional y pintor de primorosa factura, que dice en su obra personal todo cuanto ha aprendido de maestros del pasado, tratando de arrancarles sus más íntimas expresiones.
Jardines, temas florales y vegetales. El verde de la naturaleza, o mejor, los infinitos verdes que podemos apreciar a poca atención que prestemos al campo, al entorno de nuestra propia casa. La minuciosidad del trazo, la caligrafía de la mancha cromática, con un pincel fino como un útil quirúrgico. Sabemos así de la morfología de cada brizna de hierba, de cada pétalo de una flor, de un perfil de una hoja, estos días alfombra efímera sobre los campos otoñales.
Francisco Pablos
La primera vez que te enfrentas a un lienzo de Ferreiro (y lo digo con el corazón en la mano), lo primero que haces es recordar las composiciones naïf. Sí, esa corriente estética que utiliza lo fresco y espontáneo en las obras, mucho colorido y escasa técnica. Su belleza radica en ser un arte libre de convenciones, que se mantiene incontaminado. Un arte que, como la naturaleza que muestran las obras de Ferreiro, crece más allá de las normas y leyes impuestas. Pero no nos confundamos: Se trata de un estilo adoptado conscientemente y no de un arte espontáneo. Tiene un objetivo: el de intentar mostrar con la mayor frescura y sencillez posible un tema. En este caso: la vegetación y la belleza de lo natural.
Puede entenderse que la pintura de Ferreiro no es sólo pintura sin más, sino una forma de transmitir una filosofía, un mensaje espiritual: el cosmos perfecto, la alegoría de la felicidad, transmitida en verdes intensos, amarillos cálidos y fuertes granates. El viento recorre las obras de Ferreiro y con él llega el intimismo, el conocimiento dela naturaleza profundo y real, más allá de las simples apariencias, de la vulgaridad de no fijarse en los detalles, de vivir eternamente corriendo, entre cemento, entre gente que va y viene, con un reloj siempre presente en nuestra mente y no sólo en nuestra muñeca.
Trata Ferreiro de hacernos entender que lo verdaderamente importante no está en las grandes cosas que puede comprar el dinero, ni en la ambición de ser el primero, de ser el mejor. Las cosas realmente esenciales se viven despacio, en el silencio de la existencia, en ese rincón de nuestro jardín, en medio de un campo, bajo unas camelias, en el interior de un jarrón cualquiera de un patio.
El mundo que Ferreiro nos ofrece existe. No es una invención. Existe, pero muchas veces no queremos verlo. Ni nos fijamos en él. A través de sus obras, sencillas, concretas, en muchas ocasiones valiéndose tan sólo del primer plano, cerrándonos la visión dela profundidad, Ferreiro nos ayuda a comprender cuál es la razón de que se nos pongan los pelos de punta al sentir el viento del norte entre los geranios, entre las flores del campo...
Su pintura nos transmite vida, y vivir es el sentimiento más importante de cuántos existen. Vivamos pues, su pintura y sintamos también, que, de vez en cuando, podemos detenernos, observar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que hay miles de detalles en los que nunca nos fijamos y que pueden ser los que nos transmitan la esperanza y la felicidad.
Estrella López, Diario de Pontevedra, 30 de Noviembre del 2003
Exposición en la Galería Sargadelos, en Pontevedra, del 5 al 30 de noviembre de 2003
Ferreiro vino a la pintura por otras rutas, la de la conservación y restauración, que ejerce con extremo primor y técnica en el Museo de Pontevedra. Nació en las altas tierras de Deza, como Laxeiro y Colmeiro, y, de los primeros contactos con el entorno le quedó para siempre el sentido ecológico del arte que captó en él J.A. Castro.
Pone su acendrado dominio del oficio al servicio de una figuración simplista, con leves notas de humor, elevadoras de los temas humildes, que parece surgir del cotidiano trato en la tarea de rehacer los pequeños pormenores que los artistas de tiempos antiguos tenían el gusto de reflejar: un tiesto, una flor, cualquier cosa ajena al asunto de los cuadros, dando vida a las "naturalezas muertas". Ferreiro descansa de la noble tarea de curar las dolencias de obras ajenas caminando hacia adelante. rompiendo moldes. Pinta con amor, franciscanamente, en hermandad con la naturaleza y con la facultad de ayudarnos a descubrir el encanto de las cosas sencillas.
Xosé Filgueira Valverde
Valor, en la paleta de Ferreiro que esta hecha de clorofila, antocianos, aromas, petalos, emociones y néctares. Tampoco tiene sombras ni luces cenitales porque Galicia tampoco las tiene, que allí nos enteramos que hemos salido de la invernía porque nos lo demuestra el cuco con su cucar o porque revolotea nerviosa la volvoreta, pero no porque nos lo recuerde el sol, que Si se asoma es por casualidad en la primavera de Galicia; y si la mirada se posa en la pintura de Ferreiro, sus geranios intemporales y sus rosas en agraz nos hablan de rincones en los que ya hemos estado, en los que hemos amado, en los que han crecido nuestros hijos y nuestras vidas y por ello sabemos que son rincones nuestros, míos y vuestros; que estos rincones, que su mensaje, son el bordón de nuestra más profunda galleguidad.
José Curt, Madrid, 1997.
Exposición en la Galería Durán, Madrid, del 24 de abril al 24 de mayo de 1997
Parece como si de un tiempo a esta parte, la nueva generación de pintores gallegos quisiese, con urgencia, romper con los presupuestos que hasta el momento han venido dominando en nuestro panorama artístico. Ya lo hemos comentado al hablar de determinadas jóvenes figuras; pero, de nuevo, al enjuiciar objetivamente la figura del pontevedrés Ferreiro, volvemos a ratificamos en este pensamiento. Porque, no cabe duda, nuestro artista aporta, y esto ya es un dato muy importante, unos temas, unas visiones que, sin resultar totalmente nuevas, lo son lo suficiente como para que sus cuadros tengan, ofrezcan una apariencia distinta; mas, casi totalmente diferentes.
Ferreiro nos muestra así una obra en la que está presente el paisaje, la naturaleza muerta o la figura; pero, desde luego, no es por esto por lo que su obra puede sorprendernos, sino porque, precisamente, estos temas tan manidos se nos revelan con una «presencia» nueva. Sus paisajes, porque sin duda lo son, no se limitan a captar sin más ambientes pintorescos, sitio que su mérito radica en elevar a rango pictórico aquello que a simple vista no sería merecedor de la más mínima atención.
Renuncia, entonces, a las vistas estereotipadas, a la visión de corte más o menos academicista, para introducirnos de lleno en un «submundo» urbano en el que escombros, paredes desconchadas, cañerías y los más marginados rincones del pueblo o de la ciudad adquieren, pese a todo, un verdadero encanto poético.
Consigue, en una palabra, dotar de sentimiento, incluso de belleza, aquello que en condiciones normales nos resultaría francamente desagradable. Por algo, los ojos de Ferreiro son capaces de ver motivo de arte donde los demás no veríamos nada merecedor de ser captado y representado.
Sus bodegones también nos sitúan ante un artista que no dudaría en calificar de valiente, de audaz, incluso de atrevido, Sólo así podríamos denominar a la persona que es capaz de erigir a una manzana, a una única ya simple manzana, en protagonista absoluto, en la auténtica «estrella» del cuadro. Y todo ello gracias a la luz, artificial, sí; pero incisiva, directa... casi tangible.
La visita vale la pena, Ferreiro se lo merece.
Alfredo Vigo
En una primera etapa, a principios de los años ochenta, los temas de Ferreiro eran cosas banales y ordinarias como un conjunto de bidones, una cañería sobre una pared desencalada, un grifo, una alambrada; o tan sencillas como un cesto de manzanas, un jarrón o una ventana. Trasladado a su chalet de Chancelas rodeado de plantas de jardín, la naturaleza se le impuso, y a partir de entonces pinta plantas con flores en rincones húmedos ocupando parcelas de su hogar y su jardín. Esto le hace cambiar las estructuras compositivas y, en cierto modo, la factura pictórica y el calor, que se hace más liso, con predominio insistente de verdes fríos y húmedos.
Con esa manera especial de hacer, Ferreiro extrae de esas cosas la atmósfera de realidad que más está en consonancia con su mundo interior pues encuentra en ellas la belleza inanimada y quieta en su pavorosa soledad. Llega hasta los umbrales del misterio por medio de una transmutación a través de la compenetración que el sentimiento del artista tiene con los objetos de su entorno. Es como si quisiera llegar a un trasmundo más allá de las apariencias.
Galicia está presente. Pero no tanto en lo que representan sus cuadros, como en el mensaje espiritual que transmiten a través de sus elementos plásticos. No es la desnuda realidad lo que domina en sus obras, sino el subjetivismo en conjunción con los objetos, que va más allá de la pura representación, para convertirse en un mundo en sí mismo, un cosmos donde la armonía, la coherencia interior, fuera de anécdotas, nos infunde intimismo, recogimiento profundo, sencillo gozo envuelto en emotiva serenidad.
Remigio Nieto
Exposición en la Galería Antonio Vilar, Lalín 1996
El es el benjamín del grupo. Nació en el Lalín de los Laxeiros, Sucasas y Lamazares, pero plásticamente no tiene nada que ver con ellos. Restaurador de obras y creador de un mundo propio, Ferreiro pertenece a ese mundo de artistas de difícil catalogación. Podría decirse que a veces, en determinados aspectos de sus obras roza el ingenuismo de un Rousseau, y en otras, por sorprendente que parezca, recuerda vagamente la pintura metafísica de Chirico: pero todo ello no pasaría de ser una desconcertadora aproximación. El origen de su arte no tuvo ideas previas ni dogmas a los que someterse, Ferreiro es quien es. Y esta es su mejor carta de presentación, y sobre todo de credibilidad. La clave de esta manera de ser reside en la fidelidad a la personalidad antes citada, en esa sinceridad elemental, en ese querer ser él mismo que le hace rechazar cualquier parecido mistificador. La personalidad de Ferreiro es su garantía de originalidad, porque es única e intransferible, con sus antecedentes. historia, anécdotas, clima, vivencias y experiencias personales. Su fuerza reside en ella, pues gracias a ella sabe lo que quiere conocer su instinto. El deja hablar a sus sentidos y solo a ellos escuchas, sin pensar en modas, movimientos, corrientes, deja que todo pase y el afirmado en si mismo. Lo cual no significa estar quieto, inmutable o impasible. No, Ferreiro, como todo ser vivo, crece, cambia, evoluciona, pero a través de un proceso consecuente con su manera de ser y de sentir, pero sobre todo, con su mundo interior.
Su mundo Ferreiro lo siente con una elemental sencillez, pero al mismo tiempo con silenciosa profundidad. Esto se traduce en su obra, refinadamente elemental, sabiamente expresada y culturalmente ingenua, produciendo calladas emociones con una pizca de tristeza. Obra que Surge de una relación directa y subjetiva con insospechados aspectos de su entorno más próximo.
En una primera etapa, a principios de los años ochenta, los temas de Ferreiro eran cosas banales y ordinarias como un conjunto de bidones, una cañería sobre una pared desencalada, un grifo, una alambrada; o tan sencillas como un cesto de manzanas, un jarrón o una ventana. Trasladado a su chalet de (Chancelas) rodeado de plantas de jardín, la naturaleza se le impuso, y a partir de entonces pinta plantas con flores en rincones húmedos ocupando parcelas de su hogar y su jardín. Esto le hace cambiar las estructuras compositivas y, en cierto modo, la factura pictórica y el calor, que se hace más liso, con predominio insistente de verdes fríos y húmedos.
Con esa manera especial de hacer, Ferreiro extrae de esas cosas la atmósfera de realidad que más esta en consonancia con su mundo interior pues encuentra en ellas la belleza inanimada y quieta en su pavorosa soledad. Llega hasta los umbrales del misterio por medio de una transmutación a través de la compenetración que el sentimiento del artista tiene con los objetos de su entorno. Es como si quisiera llegar a un trasmundo más allá de las apariencias.
Galicia esta presente. Pero no tanto en lo que representan sus cuadros, como en el mensaje espiritual que transmiten a través de sus elementos plásticos. No es la desnuda realidad lo que domina en sus obras, sino el subjetivismo en conjunción con los objetos, que va más allá de la pura representación, para convertirse en un mundo en sí mismo, un Cosmos donde la armonía, la coherencia interior, fuera de anécdotas, nos infunde intimismo, recogimiento profundo, sencillo gozo envuelto en emotiva serenidad.
En sus últimas obras, esa serenidad se rompe a veces, pero de forma suave y cauta, sin estridencias, por medio de una agitación lineal que produce, dentro de la composición, la configuración debida al contorno de las plantas. Pero ese movimiento es contrarrestado en parte, por la placidez y frialdad de los verdes, la lisura textural y la aplicación casi plana del color.
Composiciones las de Ferreiro siempre firmes, regidas por un grafismo marcado, tonos grises, verdes y azules Casi puros. que alternan con algún rojo compensador. Hay en ellas un refinamiento de matices en las superficies extensas, y están elaboradas en la reflexión y en el silencio del estudio, con una nitidez de sus líneas. con ese "cloisonisme" delimitador, que imprime quizá un sello, en cierto modo naif.
Ferreiro es un hombre callado que como artista dice muchas cosas a quien sepa leer en sus cuadros. Su considerable personalidad, su calidad artística y su honestidad operando en las más íntimas responsabilidades, son sus mayores dones en el arte.
Remigio Nieto